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Otra vez un poema. José Mármol

 02 de noviembre, 2013


Nació en Santo Domingo, República Dominicana, en 1960. Estudió filosofía y lingüística aplicada. Profesor y coordinador de la cátedra de filosofía en prestigiosas universidades dominicanas. Fundador y director de la Colección Egro de Poesía Dominicana Contemporánea. Ha publicado los siguientes poemarios: 


  • El ojo del arúspice (1984)
  • Encuentro con las mismas otredades I (1985)
  • La invención del día , Premio Nacional de Poesía 1987
  • Encuentro con las mismas otredades II (1989)
  • Poema 24 al Ozama: acuarela (plaquette con grabados de Rufino de Mingo, Madrid, 1990)
  • Lengua de paraíso, Premio Pedro Henríquez Ureña 1992
  • Deus ex machina, Premio de Poesía Casa de Teatro 1994 y Accésit al Premio Internacional de Poesía "Eliseo Diego" Excelsior, México, en ese mismo año.
    Lengua de paraíso y otros poemas (1997) 
  • Criatura del aire (1999)

 En prosa ha publicado:

  • Monografía sobre Rufino de Mingo (en colaboración con José David Miranda, Madrid, 1991)
  • Ética del poeta, escritos sobre literatura y arte (1997) 
  • Premisas para morir, aforismos y fragmentos (1999). 



OTRA VEZ UN POEMA

cada palabra es una flor que aborrece su forma y su olor
desprecia. cada flor es una voz. un lenguaje abierto
a la piedad. al amor. al tedio, un cosmos reunido en una
breve mancha nacida para el aire. tímido latido del
inmenso letargo celestial esa flor. un vagido tal vez de
algún dios corrompido. por la estirpe de barro soplado y
su alfabeto. cada palabra es una flor que aborrece su
forma y en el instante queda. 


El principio. Jeannette Miller

 01 de noviembre, 2013

Nació en Santo Domingo el 2 de agosto de 1944 Poeta, ensayista, educadora y crítica de arte. Hija de Freddy Miller Otero y Rosa Rivas.
Licenciada en Letras por la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Fue profesora de esa misma universidad, de la Universidad Central del Este y de la Escuela Nacional de Bellas Artes.  
  Entre los reconocimientos recibidos por su aporte a la Literatura y a las Artes Plásticas dominicanas, figuran: Premio de Investigación Teatro Nacional (1975), Premio a la Crónica y Crítica de Arte (1976) y Supremo de Plata Joyces (1977). 
 Parte de su producción poética aparece en las antologías Poesía de post-guerra /joven poesía dominicana, de Andrés L. Mateo; Contemporary Women Authors of Latin American, editada por Brooklyn College,  Voces femeninas del mundo hispánico, de Ramiro Lagos; Sin otro profeta que su canto, de Daisy Cocco De Filippis; Dos siglos de literatura dominicana, de José Alcántara Almánzar y Antología histórica de la poesía dominicana del siglo XX, de Franklin Gutiérrez. El siguiente poema, El principio, uno de los poemas de su publicación "Fórmulas para combatir el miedo"


EL
PRINCIPIO

Provinieron desde delgados hoyos,
desde huecos que horadaban la oscura pared de los lagartos.
Provinieron desnudos,
crudos en el futuro afecto,
temerosos.
Fueron pariendo y mejorando.
Hubo barro y lodo tapando las hondas necesidades,
Los fríos glaciares donde la piel del animal y del hombre
eran iguales.
Soportaron el antiguo terror,
las afiladas garras,
el viento en desbandada
raspando el cuero de la tierra como un cuchillo.
Soportaron el ruido,
las fogatas donde se rogaba por la vida
en medio de plumajes,
y sangre,
y elementales yerbas colorantes;
sobrevivieron.
Primero fue el poder de la vida, el gran temor devuelto.
Después,
Pegarse estrechamente contra la desnudez y el frío.
Emergieron de los años,
Entonces caminaron a la tierra, a sus derivaciones.

Compadre Mon. Manuel del Cabral

31 de octubre, 2013
 
Manuel Del Cabral, poeta, escritor y novelista nacido en Santo Domingo, República Dominicana en 1907. Es la figura más importante en la lírica moderna de nuestro país.
 Fue denominado junto a Nicolás Guillén como uno de los más fieles representantes de la poesía negra, convirtiéndose en un permanente defensor de los derechos del pueblo.
Siendo todavía adolescente se radicó en los Estados Unidos, y luego recorrió diversos países sirviendo en el cuerpo diplomático, para radicarse por muchos años en Argentina reconocida por él como su segunda patria. Su vasta obra abarca varios géneros de la poesía, sobresaliendo especialmente sus «Doce Poemas Negros», «Compadre Mon» y «Trópico Negro».
Recibió el Premio Nacional de Literatura en 1992. Falleció en Santo Domingo en 1999.


 Compadre Mon
Tanto he pisado esta tierra,
que es ella la que anda ya.
Compadre Mon.

Por una de tus venas me iré Cibao adentro.
Y lo sabrá el barbero, aquel que los domingos
te podaba las barbas
como quien poda un árbol de la patria.

Y también Domitila lo sabrá, Domitila
que mientras comadreaba tenía entre las manos
unos duendes que hacían pan sabroso hasta el lodo.
Y hablo de Domitila, porque sin esa cosa...
quizá ni tu revólver fuera un poco de pueblo.
Porque ella fue tu risa, fue tu pan y tu catre.
¿Qué hubiera sido entonces de esas cosas humildes
que tocaron tus manos, tu calor, tus pisadas?

Tu caballo
hubiera sido siempre una bestia cualquiera.
Tal vez sin estas cosas los muchachos con sueño
ya hubieran enterrado tu pistola, tu espuela;
todo lo que en tu cuerpo y en tu aire
es la tierra que quiso no quedarse dormida.
Porque tú, que no fuiste nunca niño de escuela,
a la escuela te llevan en la boca los niños.
Es que no quiero hablar de tus cosas mayores,
ni aún de aquella extraña madrugada en que diste
órdenes a un soldado
para que repicara las campanas
por tu llegada al pueblo.

No.
No quiero hablar ahora de tus cosas de todos.
De lo que quiero ahora
es hablar del remiendo que te hacía la tía
en aquellos no aún gloriosos pantalones.
Hablo de la ternura con que tú ya besabas
sus manos costureras, cuando aún tus bolsillos
se cargaban de piedras para romper faroles.
La gente que te vio tan pequeñito
no pensó que la tierra se iba a poner tan grande...

Ahora,
cualquiera cosa tuya huele a patria.
Hasta Tico, el lechero
que llega con un poco de leche en su sonrisa,
y me dice:
aquí, Manuel, estuvo Mon un día,
¡que no rompan la silla donde lo vi sentado,
arrimao a esta puerta!

Ya ves, Compadre Mon,
no puedo hablarte ya de cosas grandes;
tu pistola, tus barbas, tu caballo,
tu nombre,
todo es pequeño junto a esta sonrisa.
¡Cómo brilla tu historia en los dientes de Tico!
Qué grande estás, Compadre Mon en esas
cosas pequeñas.
¡Por las ventanas de Tico yo me iré Mon adentro!

El maíz no lo sabe,
ni el trueno,
ni el agua.
Pero tú estás en el maíz del niño
que piensa crecer mucho y tener tu tamaño,
y tener un caballo como el tuyo
que entró en la historia a fuerza de ser patria.

El trueno no lo sabe,
pero tú estás en la garganta ronca
de los tambores que enronquecieron
de tanto hablar de ti..., de los rugidos
del paso de tu sangre.
El agua no lo sabe,
pero eres, el agua con un cuento...
tú le pusiste edad al agua de los hombres...
al agua que más duele, la pesada
¡que siempre llena venas, y con sed siempre el hombre!

Sin embargo, no quiero,
no quiero hablar, compadre Mon, de esas cosas visibles tuyas...
Yo prefiero decirte que Cachón, un muchacho
enclenque de mi pueblo,
estuvo muchos días y demasiadas noches,
torturándose,
fabricando,
puliendo unas estrofas, y luego, sin comer,
muchas veces,
iba a mi casa, casi asustado,
casi tartamudo, sorprendido,
y como quien comete su más sagrado crimen,
me decía: -Manuel, aquí tengo una cosa
que quiero que tú veas.
Pero nunca, nunca pude leerla,
porque temblaba para darme aquello...,
y volvía a su casacón aquello en secreto,
y volvía a pulir,
y a no dormir,
ni comer,
y volvía a hablar solo.

De esto, Mon, sí quiero casi hablarte en familia:
de aquel muchacho débil escribiendo tu nombre,
buscando entre tus barbas raíces de la tierra,
los árboles perdidos de la patria...
De esto, Mon, sí quiero casi hablarte en familia:
de aquel muchacho en huesos
que iba a la barbería
y diez veces le preguntaba al barbero
que cuánto le debía...
(Porque, Mon, es muy triste
no terminar un verso).

Aquel muchacho simple que perdió la memoria
y que yo le decía que comiera...
Aquella emoción pura que al nombrarte, parece
que se abría las venas para que se bebieran
hondo y tibio tu nombre.

Esto sí me parece que no deja que el tiempo
gaste hasta lo más simple de tu voz:
tu sonrisa.
Y a ti, Compadre Mon, que te encontré una tarde
haciendo el hoyo puro
del futuro cadáver de tu cuerpo
(porque nunca supiste que tu muerte
no cabe en ningún hoyo de la tierra).

Yo mismo que de niño te conocí en el aire
que respiraba el pueblo,
iba ya repartiéndome tu vida,
iba haciéndole un poco de mis cosas,
iba ya no dejándole morir...
Después el campamento se ocupó de tu nombre,
de tus cosas mayores.
Y era difícil ya, que como un hombre cualquiera,
te pegaras un tiro,
o te entregaras a menudencias,
a pequeñas manías;
porque hasta aquellas inútiles palabras a tu gato
tenían ya un sentido,
porque así son, Don Mon, todas las cosas
que pertenecen a lo que ya tiene
tamaño de destino...

Un simple canto de gallo que despierta
las cosas de la mañana,
toma de pronto la estatura de un siglo.
Si entre las cosas que se despiertan con su canto
se levanta un caballo con la historia en el lomo.

Te estoy diciendo esto, viejo Mon, ahora
en que hacer unos versos y ponerse a decirlos
es un peligro... tan grande
como ponerse a hacer la patria
con sables de madera de sándalo.
Porque nosotros, los que hacemos
estas cosas de sueño, no estamos preparados
para la fiesta del honor con precio...

Yo voy, a ratos, ciegos que tocan su instrumento
por unos cuantos cobres. Muchas veces,
después de sus canciones, voy a verme al espejo,
y miro bien mi cara para ver si es la mía...
Porque, a veces, cuando cantan los ciegos,
muchas cosas del cuerpo voy dejando
no sé a dónde...
Por eso,
pregunto por mi nombre cuando cantan los
ciegos.

Te estoy diciendo esto porque a veces
lo que nació en tu pecho lo tienes en la mano...
Te estoy diciendo esto, viejo Mon, porque a ratos,
hablas conmigo cosas que hablando no me dices.
He caminado mucho por los ríos
que vienen de tu cuerpo cuando a oscuras
te hicieron; y sé que cuando sangras
te salen por las venas los sueños más varones.
Es que desde hace tiempo,
tú contruyes la patria, destruyéndote.

Una mujer está sola. Doña Aída Cartagena Portalín

30 de octubre, 2013

Nuestra poeta de hoy :Aída Cartagena Portalatín



Doña Aída nació en Moca en 1918. Falleció en Santo Domingo, el 3 de junio de 1994.
Doctora en humanidades de la  Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), realizó un  postgrado en París en Museología y Teoría de la Artes Plásticas. Formó parte del grupo de "La Poesía Sorprendida". Fue una reconocida catedrática. En 1965 fue designada Consejera de la UNESCO en  París. Participó como jurado del Premio Casa de las Américas en 1977. Es una de las poetas destacada,  de vuelos líricos notables; su poesía, superior a su prosa, consta en varias antologías. Su mayor preocupación fue el ser humano y sus limitantes en el disfrute de la libertad. Sus primeras publicaciones fueron a través de la Poesía Sorprendida y los Cuadernos Dominicanos de la Cultura. Ganó la fama a partir de su poema Una Mujer está Sola en 1953, creando luego la revista Brigadas Dominicanas y la serie de cuadernos conocida como Colección Baluarte. En ambas se abría un espacio para la literatura crítica que exigía la sociedad de entonces.



Una Mujer está Sola

Una mujer está sola. Sola con su estatura.
Con los ojos abiertos. Con los brazos abiertos.
Con el corazón abierto como un silencio ancho.
Espera en la desesperada y desesperante noche
sin perder la esperanza.
Piensa que está en el bajel almirante
con la luz más triste de la creación.
Ya izó velas y se dejó llevar por el viento del Norte
con la figura acelerada ante los ojos del amor.
Una mujer está sola. Sujetando con sus sueños sus sueños,
los sueños que le restan y todo el cielo de Antillas.

Seria y callada frente al mundo que es una piedra humana,
móvil, a la deriva, perdido el sentido
de la palabra propia, de su palabra inútil.
Una mujer está sola. Piensa que ahora todo es nada
y nadie dice nada de la fiesta o el luto
de la sangre que salta, de la sangre que corre,
de la sangre que gesta o muere en la muerte.
Nadie se adelanta ofreciéndole un traje
para vestir una voz que desnuda solloza deletreándose.
Una mujer está sola. Siente, y su verdad se ahoga
en pensamientos que traducen lo hermoso de la rosa,
de la estrella, del amor, del hombre y de Dios.

Hay un país en el mundo. Pedro Mir

Octubre 29, 2013


Desde hoy y hasta el sábado, rendiremos homenaje a  cinco poetas dominicanos que han adornado la literatura con su genio.  Iniciaremos con nuestro Poeta Nacional, Don Pedro Mir,  y el poema que mejor representa su fervoroso amor por esta patria nuestra: Hay un país en el mundo.



Hay un país en el mundo
colocado
en el mismo trayecto del sol.
Oriundo de la noche.
Colocado
en un inverosímil archipiélago
de azúcar y de alcohol.

Sencillamente
liviano,
como un ala de murciélago
apoyado en la brisa.

Sencillamente
claro,
como el rastro del beso en las solteronas antiguas
o el día en los tejados.

Sencillamente
frutal. Fluvial. Y material. Y sin embargo
sencillamente tórrido y pateado
como una adolescente en las caderas.

Sencillamente triste y oprimido.

Sencillamente agreste y despoblado

En verdad.
Con tres millones
suma de la vida
y entre tanto
cuatro cordilleras cardinales
y una inmensa bahía y otra inmensa bahía,
tres penínsulas con islas adyacentes
y un asombro de ríos verticales
y tierra bajo los árboles y tierra
bajo los ríos y en la falda del monte
y al pie de la colina y detrás del horizonte
y tierra desde el canto de los gallos
y tierra bajo el galope de los caballos
y tierra sobre el día, bajo el mapa, alrededor
y debajo de todas las huellas y en medio del amor.

Entonces
es lo que he declarado.

Hay
un país en el mundo
sencillamente agreste y despoblado.

Algún amor creerá
que en este fluvial país en que la tierra brota,
y se derrama y cruje como una vena rota,
donde el día tiene su triunfo verdadero,
irán los campesinos con asombro y apero
a cultivar
cantando
su franja propietaria.

Este amor
quebrará su inocencia solitaria.
Pero no.

Y creerá
que en medio de esta tierra recrecida,
donde quiera, donde ruedan montañas por los valles
como frescas monedas azules, donde duerme
un bosque en cada flor y en cada flor la vida,
irán los campesinos por la loma dormida
a gozar
forcejeando
con su propia cosecha.

Este amor
doblará su luminosa flecha.
Pero no.
Y creerá
de donde el viento asalta el íntimo terrón
y lo convierte en tropas de cumbres y praderas,
donde cada colina parece un corazón,
en cada campesino irán las primaveras cantando
entre los surcos
su propiedad.

Este amor
alcanzará su floreciente edad.
Pero no.

Hay
un país en el mundo
donde un campesino breve,
seco y agrio
muere y muerde
descalzo
su polvo derruido,
y la tierra no alcanza para su bronca muerte.

¡Oídlo bien! No alcanza para quedar dormido.
Es un país pequeño y agredido. Sencillamente triste,
triste y torvo, triste y acre. Ya lo dije:
sencillamente triste y oprimido.

Procedente del fondo de la noche
vengo a hablar de un país.
Precisamente
pobre de población.
Pero
no es eso solamente.
Natural de la noche soy producto de un viaje.
Dadme tiempo
coraje
para hacer la canción.

Plumón de nido nivel de luna
salud del oro guitarra abierta
final de viaje donde una isla
los campesinos no tienen tierra.

Decid al viento los apellidos
de los ladrones y las cavernas
y abrid los ojos donde un desastre
los campesinos no tienen tierra.

El aire brusco de un breve puño
que se detiene junto a una piedra
abre una herida donde unos ojos
los campesinos no tienen tierra.

Los que la roban no tienen ángeles
no tienen órbita entre las piernas
no tienen sexo donde una patria
los campesinos no tienen tierra.

No tienen paz entre las pestañas
no tienen tierra no tienen tierra.

.......

Miro un brusco tropel de raíles
son del ingenio
sus soportes de verde aborigen
son del ingenio
y las mansas montañas de origen
son del ingenio
y la caña y la yerba y el mimbre
son del ingenio
y los muelles y el agua y el liquen
son del ingenio
y el camino y sus dos cicatrices
son del ingenio
y los pueblos pequeños y vírgenes
son del ingenio.

Es verdad que en el tránsito del río,
cordilleras de miel, desfiladeros
de azúcar y cristales marineros
disfrutan de un metálico albedrío,
y que al pie del esfuerzo solidario
aparece el instinto proletario.

Pero ebrio de orégano y de anís,
y mártir de los tórridos paisajes
hay un hombre de pie en los engranajes.
Desterrado en su tierra. y un país,
en el mundo,
fragante,
colocado
en el mismo trayecto de la guerra.
Traficante de tierras y sin tierra.
Material. Matinal. Y desterrado.

.......

Quiero ver su amargura necesaria
donde el hombre y la res y el surco duermen
y adelgazan los sueños en el germen
de quietud que eterniza la plegaria.

Donde un ángel respira.
donde arde
una súplica pálida y secreta
y siguiendo el carril de la carrera
un boyero se extingue con la tarde.

Después
no quiero más que paz.
Un nido
de constructiva paz en cada palma.
Y quizás a propósito del alma
el enjambre de besos
y el olvido.

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