El Día Mundial de África conmemora la fundación, en 1963, de la
Organización para la Unidad Africana (OUA), en Addis Abeba. Su impulso
fue consecuencia del trabajo de nombres tan célebres como Haile
Selassie, Gamel Abdel Nasser o I. Kwame Nkrumah. Mandatarios que
quisieron dotar al continente de una voz que transmitiera la unidad de
África al resto del mundo. Personalidades que también pretendieron
terminar con el colonialismo y fomentar la cooperación internacional.
En 2002 se estableció la Unión Africana, con 53 estados, donde los idiomas oficiales son el árabe, el francés, el inglés, el español, el portugués y el suajili. Sin embargo, los países europeos con territorios en África no pertenecen a la organización. Desde 2004, su parlamente Panafricano tiene la sede en Tombuctú, y a partir de 2009 las funciones de este órgano son legislativas, además de consultivas.
Tanto por sus objetivos como por su vocación, esta organización no nos resulta tan lejana, puesto que se inspira de forma directa en la Unión Europea y su declaración -del 9 de mayo de 1950 en París- sobre la necesidad de “esfuerzos creadores para la paz”; así como por crear una “federación europea que sea indispensable para lograr este fin, respetando la libertad y la identidad de los países miembros, entendiendo que lo que pueda hacerse en común, debe hacerse así”.
Esta declaración de intenciones no debe quedar sólo como la unión de distintos bloques en áreas comerciales. Puede constituir la oportunidad de encontrar puntos comunes que hablen de futuro para aquellos países que comparten los mismos intereses, tanto en Europa como en África.
Hoy muchos años después de que naciera la primera organización para dar voz al continente -la OUA-, y tras una década de actividad de la Unión Africana, seguimos teniendo una imagen de África conformada por dos caras muy diferentes: la del territorio de los grandes espacios, la fauna salvaje y el colorido de sus manifestaciones humanas y artísticas, pero también la del continente de la pobreza, el VIH/Sida y los conflictos armados.
Y es que África responde a una realidad poliédrica: se trata del tercer continente más extenso del mundo, habitado por aproximadamente 1.000 millones de personas: una sexta parte de la población mundial.
Al mismo tiempo, la población africana crece a un ritmo del 2% anual, muy superior al 1,2% de media de los países del resto del mundo. Es, por tanto, el continente más joven, con un 40% de la población menor de 15 años y sólo un 3% de personas mayores de 65 años, aunque la esperanza de vida media no supera los 46 años.
En general, la población africana es eminentemente rural -el 64% vive en el campo-, frente al 26% en Europa. Un dato que nos permite comprender la importancia de las políticas agrícolas para el futuro de África. Sin perder de vista que la población urbana crece de forma importante, en torno a un 5% anualmente.
Se reconocen sus recursos (marfil, maderas preciosas, telas) y, en especial, su producción mineral, importantísima para la comunidad internacional. De hecho, la tercera parte de la producción de uranio se extrae en África y la reserva de radio más importante del mundo se halla en la República Democrática del Congo. Su petróleo, su cobre o su níquel también son muy apreciados.
Pese a todo, el PIB del continente entero representa el 2.6% del total mundial. Es, por tanto, el continente más pobre. Un territorio de gran riqueza donde un tercio de la población vive en condiciones de pobreza. Cincuenta millones de personas sufren hambre diariamente y una de cada tres no tiene acceso al agua potable.
Contrastes todos ellos de un continente joven, pobre y rural.
En 2002 se estableció la Unión Africana, con 53 estados, donde los idiomas oficiales son el árabe, el francés, el inglés, el español, el portugués y el suajili. Sin embargo, los países europeos con territorios en África no pertenecen a la organización. Desde 2004, su parlamente Panafricano tiene la sede en Tombuctú, y a partir de 2009 las funciones de este órgano son legislativas, además de consultivas.
Tanto por sus objetivos como por su vocación, esta organización no nos resulta tan lejana, puesto que se inspira de forma directa en la Unión Europea y su declaración -del 9 de mayo de 1950 en París- sobre la necesidad de “esfuerzos creadores para la paz”; así como por crear una “federación europea que sea indispensable para lograr este fin, respetando la libertad y la identidad de los países miembros, entendiendo que lo que pueda hacerse en común, debe hacerse así”.
Esta declaración de intenciones no debe quedar sólo como la unión de distintos bloques en áreas comerciales. Puede constituir la oportunidad de encontrar puntos comunes que hablen de futuro para aquellos países que comparten los mismos intereses, tanto en Europa como en África.
Hoy muchos años después de que naciera la primera organización para dar voz al continente -la OUA-, y tras una década de actividad de la Unión Africana, seguimos teniendo una imagen de África conformada por dos caras muy diferentes: la del territorio de los grandes espacios, la fauna salvaje y el colorido de sus manifestaciones humanas y artísticas, pero también la del continente de la pobreza, el VIH/Sida y los conflictos armados.
Y es que África responde a una realidad poliédrica: se trata del tercer continente más extenso del mundo, habitado por aproximadamente 1.000 millones de personas: una sexta parte de la población mundial.
Al mismo tiempo, la población africana crece a un ritmo del 2% anual, muy superior al 1,2% de media de los países del resto del mundo. Es, por tanto, el continente más joven, con un 40% de la población menor de 15 años y sólo un 3% de personas mayores de 65 años, aunque la esperanza de vida media no supera los 46 años.
En general, la población africana es eminentemente rural -el 64% vive en el campo-, frente al 26% en Europa. Un dato que nos permite comprender la importancia de las políticas agrícolas para el futuro de África. Sin perder de vista que la población urbana crece de forma importante, en torno a un 5% anualmente.
Se reconocen sus recursos (marfil, maderas preciosas, telas) y, en especial, su producción mineral, importantísima para la comunidad internacional. De hecho, la tercera parte de la producción de uranio se extrae en África y la reserva de radio más importante del mundo se halla en la República Democrática del Congo. Su petróleo, su cobre o su níquel también son muy apreciados.
Pese a todo, el PIB del continente entero representa el 2.6% del total mundial. Es, por tanto, el continente más pobre. Un territorio de gran riqueza donde un tercio de la población vive en condiciones de pobreza. Cincuenta millones de personas sufren hambre diariamente y una de cada tres no tiene acceso al agua potable.
Contrastes todos ellos de un continente joven, pobre y rural.