Tomás de Iriarte



Nació el 18 de septiembre de 1750 en el Puerto de la Cruz, en la isla de Tenerife.
Estudió bajo la dirección de su tío, Juan de Iriarte, las lenguas griega y francesa y siendo ya conocedor del latín y estudioso de la literatura castellana, sucedió a su tío en su puesto de oficial traductor de la primera Secretaría de Estado, tras la muerte de éste, en 1771. 
Su carrera literaria se inició como traductor de teatro francés. Tradujo además el Arte poética de Horacio.
 Es  conocido por sus Fábulas literarias (1782), editadas como la «primera colección de fábulas enteramente originales» en cuyo prólogo reivindica ser el primer español en introducir el género, lo cual motivó una larga contienda con el que había sido su amigo desde largo tiempo, Félix María Samaniego, ya que éste último había publicado su colección de fábulas en 1781, hecho de sobra conocido por Iriarte.
La literatura no era el único arte que Iriarte dominaba. También llegó a inclinarse hacia el ámbito musical, especializándose en tocar el violín y la viola. Fue también compositor de sinfonías (hoy perdidas) . Su idea de la poesía era propia de la Ilustración: "Los pueblos que carecen de poetas carecen de heroísmo; la poesía conmemora perdurablemente los grandes hechos y las grandes virtudes."
 De su actividad teatral cabe destacar el monólogo Guzmán el Bueno (1787), el drama en prosa La Librería (1790) y tres comedias morales en verso, El don de gentes (1780), El señorito mimado (1787) y La señorita malcriada (1788), que tratan sobre la dificultad de educar a los hijos. Estas piezas son antecesoras de las comedias de Moratín y de la alta comedia del siglo XIX. Cuatro años antes de morir hizo realidad su deseo de ver publicada su Colección de obras en verso y prosa (1789).

Aquí te dejo una de sus fábulas

LOS DOS CONEJOS 

Por entre unas matas,
seguido de perros
-no diré corría-
volaba un conejo.
De su madriguera
salió un compañero,
y le dijo: «Tente,
amigo, ¿qué es esto?»
«¿Qué ha de ser? -responde-;
sin aliento llego...
Dos pícaros galgos
me vienen siguiendo».
«Sí -replica el otro-,
por allí los veo...
Pero no son galgos».
«¿Pues qué son?» «Podencos».
«¿Qué? ¿Podencos dices?
Sí, como mi abuelo.
Galgos y muy galgos;
bien vistos los tengo».
«Son podencos, vaya,
que no entiendes de eso».
«Son galgos, te digo».
«Digo que podencos».
En esta disputa
llegando los perros,
pillan descuidados
a mis dos conejos.
Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo
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